viernes, 18 de febrero de 2011

De los miedos y las obsesiones

Siempre he dicho que la vida se asemeja en nuestra alma al agua que corre por un río. Y en ese discurrir tendremos momentos de alegría, intensos, emocionantes, divertidos como esos rápidos; y a la vez tendremos momentos en las que las aguas de nuestro espíritu encuentran remansos, donde lo contemplativo domina, donde nos da tiempo a mirar hacia la orilla, donde respiramos profundamente.
Pero esas aguas también cruzarán por zonas de remolinos, como en la vida. Remolinos que muchas veces tienen nombres de miedos, de obsesiones. Esos remolinos que nos atraen y nos atrapan en su espiral y de los que resulta difícil salir indemne por no decir casi imposible.  Remolinos que nosotros mismos alimentamos  y que al igual que en un río pueden ser evitados.
En mi alma si yo pienso negro todo será negro y cuanto más lo siento negro más negro viene hacia mí. Si pienso en blanco todo se irá haciendo blanco y todo lo venga hacia mí será blanco. Y cuanto más pienso y siento en ese remolino más fuerza adquirirá atrayéndome más hacia su centro y no dejándome escapar. Estaré atrapado. ¡Qué difícil resulta dejar estos remolinos que secuestran nuestra alma! Pero no hay que dejarse vencer. Si la corriente me lleva hacia el centro, no debo sentir que no tengo fuerzas para salir de allí, no, sino sentir, desear que quiero llegar a la orilla; no mirar que el remolino me absorbe sino mirar que la orilla está cerca; no pensar que hacia el centro la fuerza es mayor, sino que hacia el exterior la fuerza es menor, y que si consigo alejarme un milímetro del centro, el siguiente me costará menos trabajo superarlo. Si consigo hacer eso, si consigo cambiar el color del remolino me daré cuenta de que todo no es tan negro como parecía, y que el remolino no es invencible. Entonces tendré la
suerte de saber de lo débil que es ese remolino, es más, en lo insignificante que es porque necesita de mí para existir. En un río, el remolino necesita de la corriente, yo, para existir; si no hay corriente no se crea el remolino. Y llegará el momento en que no tendré miedo a esos remolinos porque sabré que son “mis” remolinos y que los podré crear para atrae hacia mí aquello que deseo y que circula por el río. Entonces viviré, y viviré sin angustias.
A esas almas que piensan que no pueden con los remolinos solo decirles que incluso cuando no te sientes con fuerzas de salir de ese remolino, tiende una mano hacia la orilla. Porque en los ríos siempre hay otras almas dispuestas a tomar esa mano. Siempre, aunque tú te sientas lejos y sin voz. Porque esa mano será vista, y esa voz se escuchará incluso cuando tú estés en Monterey y tu mano salvadora en Sevilla.
Tened paz en vuestros corazones.

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